Retrato
I
Perdido no más en el bajel de la duda,
afrontando sin lastre azaroso porvenir,
no dando arrumaco al celeste incienso,
¿qué fue vil destino lo que hice de mi?
Acaso cribando entre las sonoras letras
un lauro rutilante de admirable talento
haya soñado con el son de los cedazos
y con las floridas guirnaldas del viento.
Sensible a los alardes de luz, cautivado
por la dulce tonada que al oído inspira,
embriagado con la fragancia del jardín,
sediento de música, belleza y armonía.
En la quietud de la vida las horas apuro
así distraído entre aderezos y melodías,
tejiendo con husos de la lírica moderna
bagatelas de oro y delicadas algarabías.
No es mi oficio el cantar, ni tengo parte
en ningún concierto de tenores selectos
mas tengo aquel gesto que a la lira tañe
y muestra del mundo un acorde diverso.
II
Mi infancia en la que no hubo ningún mar
tiene sin embargo el vago azul de las olas,
el color almidonado de las excelsas nubes
y el suave aroma de los campos de violeta.
Yo no nací como los hermanos Machado
en un noble patio en el corazón de Sevilla,
ni ostentan mis apellidos solariego blasón
pues siervo soy del fértil regazo de Castilla.
Discreta es mi presencia, parco mi saludo
que ninguno se molestaría por no recibir,
huraña es mi casa, sin riquezas ni escudo,
pobre es mi traje y menesteroso mi saber.
Mi vida que entre loores no pudo debutar
tiene la esperanza firme de la mies madura
y el sazonado fruto de algún bonito rosal
es la alhaja que imploro como mi ventura.
Entre mis ajuares no hay galones ni gloria
pues nunca valentía en la guerra demostré,
no tengo aquel empuje del español brazo
que los fieros gigantes partía por doquier.
Por la tarde en calma al arrullo del hogar
en sana charla con las musas me divierto
de la opinión política nada quisiera saber
pues aún tengo abierta la herida de Riego.
También el orlar yo adoro y la hermosura
y el lindo trabajo que los orfebres hacían,
en el dejo lírico a un Espronceda prefiero
que a ese nuevo grupo de jaez surrealista.
Sencilla es mi vida y en el diario trajinar
antes a la bondad atiendo que al peculio,
no soy como aquellos que solo por ganar
hasta de la paz despojarían a los muertos.
Al morir el día el sol de Ovidio recuerdo
apagándose lejos en el postrer atardecer,
mi canto es como la flor que se marchita
sin que a mi frente acuda ningún laurel.
Yo vivo allí en donde se hallan las ruinas
entre la desabrida piedra y un taciturno
esplendor, en mi yace la oculta nostalgia
del héroe vencido al que la muerte llevó.