Fragmentos de vida y sueño

Era una estancia humilde donde bien cabían

los aperos de poeta, desde la ventana

los arrabales a los ojos daban flores

y al alma daban una tierna soñolencia.

 

La galante fragancia que derraman las flores,

o las torcaces palomas, que el sereno aire agitan,

solo como el ruiseñor, en las frondas, cantando,

mi alado corazón sonreía…

 

Junto a mil deliciosas flores la tarde pasaré,

mas no me aflijáis como a Safo el ánimo.

No sea que desde la roca alta de Léucade

en fatal instante se precipiten mis pasos.

 

A las dulces auras saludo, también a las flores

que el céfiro mece con soplo acariciador,

una ilusión voy buscando que tiene una forma

consoladora como el arte, hermosa como el amor.

 

¿Pues no recuerdas (liviana mía) aquel lucero de amor

qué una gélida noche en mi pecho encendiste?

¿Por qué no acudes ahora al reclamo de su canción

cómo acude la aurora a la esquila dulce?

 

Si en el sopor del día la fragante rosa

confundimos a veces con un cuerpo de mujer,

¿quién no quisiera respirando ese hálito

cómo en un sueño abandonarse en él?

 

Tras los montes la púrpura del celaje

revive como ensalmo el cuaderno que ayer cerré,

esas estrellas tímidas, todavía pálidas,

abrochan al cielo la camisa del atardecer.

 

Arribando está el ocaso por el horizonte,

olas de un mar de otro mundo llegan…

Febril viajero prepara ya tu navío

pues la hora de partir se acerca.